Yo, a la una, tomo café y a las dos vuelvo a tomar. Luego, a las tres, ¡a colar!, y ¿a las cuatro? Donde esté. A las cinco… rara vez, porque a las seis… No. No debo. Ya a las siete… ni me atrevo y a las ocho nadie debe. Pero si hay rumba a las nueve o hasta a las diez, ¡me lo bebo!